
Maule es el valle chileno con la mayor extensión de viñedos y en donde se produce más vino. Es muy heterogéneo, no solo por los vinos que producen, sino por que conviven muchas modelos de producción del vino – desde artesanales a grandes compañías -, como también distintas edades de plantas, algunas nuevas y otras centenarias. Con potenciales de guarda diferentes, blancos y tintos, cepas con cuerpo y otras ligeras. Sin contar los distintos tipos de suelos, algo que es materia de los rockstars…pero de la geología.

Recién llegados a la zona, un sábado a mediodía, fuimos a la Viña Gillmore, en el corazón del secano costero. Esta se encuentra en el camino de San Javier a Constitución, justamente en la cuesta Tabontinaja, en mapudungun “las cuestas de las tinajas”. Porque antiguamente se hacían tinajas, probablemente por la cercanía a la cuesta. Aquí, la familia Gillmore compro la Viña Tabontinaja que estaba abandonada hace varios años. En el Maule, era habitual ver que muchas viñas abandonaban sus bodegas, dado que el negocio del vino era poco rentable. Sin embargo, ahora comienza a crecer la cultura del vino, no solo por el boom de los vinos naturales, sino porque les otorga un sentido de identidad. Es un negocio rural, que cada día vende más.

Volviendo a la historia, el clan Gillmore quería hacer un vino que reflejara el lugar y además ubicada de tal forma que concentrará energías holísticas. Pero no solo esto lo transmitió a la vid, sino que también han creado un lugar donde pueden cuidar a animales de la región en un entorno natural y con más o menos libertad. Alucinante. Pero además hacen cerveza – la muy recomendable Kurla -, crian alpacas, tienen cabañas, hacen eventos. Una maquinaria de experiencias. Es muy linda la historia de cuando decidieron cambiar su clásica etiqueta por la que actualmente viste sus vinos. Es un hombre con un mundo en la mano construyendo cosas y una viña por el otro lado de mundo: “Hacedor de Mundos”. Y así es el nombre de la línea de vinos más reconocida de la viña, cuya etiqueta fue diseñada por ellos mismos. Y vaya que ha sido prolífica la familia. Probamos su versión de Vigno, cada día más jugosa. Y también la línea Mariposa, una línea más simple y de gusto local. Muy ricos vinos.

La gracia de Maule es que uno puede pasar de una viña que hace 35 mil botellas a una gigante como Balduzzi en solo 20 minutos. La familia Balduzzi llego a Chile por la década de 1920 desde Piamonte, Italia. Se dedicaban a hacer vino, primero para el consumo propio. Ya en la siguiente generación, se dieron cuenta que era un buen negocio exportar vino y así han crecido y ahora hacen más de 5 millones de litros anuales. Son vinos que al 99% del público no experto chileno le gustaría: frutosos, levemente abocados, de taninos marcados. Como toda viña siempre están haciendo cosas nuevas, y ahora se lanzan con el syrah. Son los primeros junto con Gillmore a apostar al enoturismo en el valle. No por nada lideran el crecimiento de la Ruta del Maule.

Domingo por la mañana, nos fuimos a recorrer la ciudad de Talca en un bus turístico. Y lo mejor de todo, con copa en mano y un Chardonnay bien frío. Durante el recorrido, nos fueron contando la historia de la capital del Maule. Cosas como que en la plaza de Talca, Bernardo O´higgins proclamó solemnemente el acta de la Independencia, en 1818. O que en su momento fue la tercera ciudad de Chile en población. Y cuarta en generación económica. Terminamos haciendo un salud por el Día del Vino en un mirador al lado de la Virgen del Carmen. ¿Y saben qué? Es gratuito y está hecho para que la gente conozca su ciudad. Talca no deja de ser una ciudad rural, llena de árboles y vegetación, una especie de ciudad antigua pero que como muchos lugares en Chile, comienza a integrar la modernidad y la vida de campo.

Por su diversidad, el Maule es muy entretenido. Tiene destacados blancos y mucho tinto; no falta el País, el Carignan ni el Cinsault. Además aquí se conoce a otro tipo de viñatero, uno apegado a sus raíces, a su tierra y a sus tradiciones. No hay lucha de egos. Hay muchas viñas chicas, y eso implica que hay que hacer de todo. Hay que colaborar, y haciendo una analogía a lo que ocurre en otros ámbitos, aquí se vive un verdadero ecosistema. La gente es sin duda una de las grandes riquezas del lugar, un factor que le da identidad a este valle. Me ha tocado conocer otras regiones vitivinícolas del mundo – en Francia, España y Argentina – y pasa lo mismo. No es extraño ver al mismo viñatero preparando el conejo como lo hacía su abuela.
Esta experiencia es solo una muestra de un potencial turístico enorme. Maule es toda una sorpresa.
Fotografías: Verónica Retamal.