Esto es Veritipical

Rara vez un lugar estimula solo con su puesta en escena, o dicho de otra forma, pocas veces la experiencia comienza apenas se ingresa a un lugar. Eso es lo que sucede con Veritipical, un inusual bar restaurant abierto hace 4 meses en el Barrio Yungay y en cuyas paredes conviven antiguas portadas de revistas, motivos religiosos, afiches con artistas de los 70 y los 80, muñecos y hasta viejos televisores en blanco y negro; todo esto, en medio de un despliegue de cientos de “cachivaches”, que instalados en diferentes ambientes – incluyendo un gran salón principal -, dan forma a una ecléctica artillería de arte pop. Y es que no podía ser de otra forma, si uno de sus creadores es el productor Pato Hado, el mismo detrás de las ya míticas fiestas Kitsch, quien al igual que muchos de sus comensales, se traslada en el tiempo con los personajes y juguetes de su infancia. Mientras ese viaje recién comienza y de fondo suenan clásicas canciones AM, una buena idea es sentarse en una de sus barras y pedir uno de los cócteles de la casa como el Canitrot ($ 4.000), una mezcla de vodka sabor pomelo, jugo y bebida de limón; o el Super Ratón ($ 4.000), donde el tequila es combinado con granadina, maracuyá y hielo. Si ya se está instalado en alguna de sus mesas, entonces solo queda disfrutar de su cocina chilena, partiendo con “vituperios” como las Calugas de Congrio ($ 7.500), las que vienen con una serie de salsas para untar y en donde el chancho en piedra resulta la mejor elección, y un fresco y sabroso Crudo de res con ciruelas ($ 6.600). En los fondos, hay enjundia en platos como el Manso Lomo Vetado ($ 9.800), servido junto a una memorable chuchoca cremosa con chimichurri, mientras que un curioso Chupe de Pulpo ($ 8.800), llega humeante y con un sutil toque picante. Pura nostalgia hay también en los postres, con preparaciones como Arroz con leche ($ 2.700) o Calzones rotos pasados ($ 3.000), estos últimos con helado de canela. Para completar la experiencia, hay que saber que de jueves a sábado, hay shows en donde un viejo piano es la excusa perfecta para improvisar no solo en la música, sino también, en el baile, la comedia y la magia. Son las noches de bohemia y gastronomía, en este lugar que luce, huele y sabe a cultura pop.